Mujer, feminismo, ciencia ficción

En la primera parte de este ensayo abordamos las tipologías y tensiones narrativas que configuran el paisaje de la ficción especulativa feminista contemporánea. A través de catorce novelas recientes, quedó en evidencia una mirada afilada sobre el presente desde lo narrativo, sin que la distopía funcione como simple pronóstico, sino como diagnóstico.

En esta segunda entrega nos adentramos en los ejes críticos que atraviesan estas ficciones: el colapso sistémico, el liderazgo y la vigilancia como formas de control; la esperanza situada, la interseccionalidad como mirada ética, y la maternidad como territorio político. No se trata solo de identificar temas, sino de comprender cómo estas narrativas confrontan los sistemas de poder y abren fisuras para imaginar otras formas de habitar el mundo.

Las catorce novelas seleccionadas permiten una lectura transversal desde varios ejes temáticos. Aquí se propone un cruce entre las preocupaciones estructurales (colapso, liderazgo, control) y aquellas más simbólicas y afectivas (vínculos, soledad, resistencia), sin perder de vista la perspectiva feminista en la que se inscriben todas las obras.

🌀 Colapso sistémico + Discurso biopolítico

En muchas de las novelas analizadas, el colapso social tiene como consecuencia la implantación de formas renovadas de control sobre el cuerpo femenino, desde discursos que se presentan como racionales:

Hambre, de la autora sueca Åsa Ericsdotter, nos muestra un sistema estatal que exige a las personas que permanezcan “delgadas”, estableciendo una regulación obligatoria sobre la alimentación y el cuerpo como vía para imponer la norma. La salud pública se vuelve ideología.

El núcleo del sol, de la autora finlandesa Johanna Sinisalo, es una distopía provocadora que transcurre en una Finlandia alternativa. La salud pública se ha convertido en excusa para imponer un régimen totalitario y patriarcal que clasifica cuerpos según la fertilidad, prohibiendo el placer y cualquier adicción. La distopía queda disfrazada como progreso higienista.

La granja, escrita por la autora estadounidense de origen filipino Joanne Ramos, presenta un modelo capitalista en el que las mujeres prestan su cuerpo como vientres de alquiler, maquillando la opresión como oportunidad laboral, como un trabajo.

Estas obras muestran cómo la sociedad distópica no siempre llega mediante el colapso o la violencia, sino que se presenta como gestión racional de los cuerpos, aceptada en nombre de un bien superior.

🔒 Vigilancia + Soledad institucional

Otro patrón común en estas obras suele ser el aislamiento que sufren las protagonistas, fruto de legislaciones que rompen vínculos comunitarios y generan soledad como condición política:

Relojes de sangre, de la autora estadounidense Leni Zumas, sitúa la maternidad en el centro del conflicto: legislaciones invasivas convierten el deseo de concebir en una lucha institucional. En esta feroz e imaginativa novela, el aborto es ilegal en Estados Unidos, la fertilización in vitro está prohibida y la Enmienda de Humanidad da derecho a la vida, libertad y propiedad a todos los embriones.

Voz, de la autora estadounidense Christina Dalcher, lleva esa lógica de control al extremo: “Cien al día, ni una más”. Esa es la cifra de palabras que las mujeres tienen derecho a pronunciar cada día en unos Estados Unidos donde la mitad de la población ha sido silenciada, anulando el vínculo más básico entre mujeres. El silenciamiento se convierte en soledad.

La Marca, de la autora islandesa Fríða Ísberg, propone un sistema de evaluación conductual: poseer o no empatía y ser o no proclive a conductas antisociales. Las personas cuyo resultado sea “no empático” no serán “marcadas” en un registro público. No estar incluido en ese registro supone ser considerado una amenaza para la sociedad y ser excluido de servicios o prestaciones. Es evidente que se generan fracturas, sospecha y distancia entre individuos, rompiendo la confianza como tejido social. La novela alerta sobre los peligros de una sociedad que busca eliminar el conflicto en lugar de aprender a gestionarlo.

Aquí la distopía se experimenta no solo como represión física o violencia, sino sobre todo como una quiebra de los afectos y una erosión de lo común.

🤝 Liderazgo femenino + Resistencia comunitaria

Frente a estas sociedades opresivas, algunas novelas imaginan formas de organización y liderazgo desde lo femenino:

Hijas del norte, de la autora británica Sarah Hall, presenta un enclave de mujeres que viven comunitariamente para aislarse y distanciarse del orden opresivo. Con un cierto enfoque utópico, el liderazgo es en principio horizontal. Pero una parte de ellas forma un ejército para enfrentar el sistema. La ética, las afectividades y los liderazgos son cuestionados.

The Power, de la autora británica Naomi Alderman, explora una inversión de roles: las mujeres desarrollan —sin que se sepa por qué— un órgano en las manos que les permite atacar con descargas eléctricas mortales. A medida que las mujeres se empoderan, las estructuras sociales y políticas se desmoronan. El mundo entra en una espiral de violencia, donde el poder —ahora en manos femeninas— se convierte en instrumento de dominación.

Afterland, de la autora sudafricana Lauren Beukes, muestra una maternidad en fuga, donde el liderazgo nace del cuidado y la resistencia íntima, no institucional. Es un arriesgado thriller feminista. Una madre y su hijo —que sorprendentemente no ha sido infectado por el virus que ha matado al 99 % de los hombres— son perseguidos por crueles agencias gubernamentales formadas, claro está, por mujeres.

Estas obras nos presentan sociedades donde el poder de las mujeres no es necesariamente una revolución. Nos vienen a cuestionar si el género por sí mismo cambia verdaderamente la naturaleza del poder o, por el contrario, el poder sin contrapesos sociales es el que contamina las relaciones humanas, incluidas las opresiones de género.

🌱 Esperanza + Imaginarios de reconstrucción

Algunas ficciones, pese al tono distópico, dejan abiertas ventanas hacia la posibilidad de otros futuros:

Rojo, la piel del delito, de la autora estadounidense Hilary Jordan, pone en evidencia un sistema de castigo físico institucionalizado, cambiando el color de la piel a rojo a las mujeres más disidentes. Es una visión distópica aterradora de cómo sería la vida si el Código Legal fueran los Diez Mandamientos y —fusionada la iglesia con el estado— se hubiera perdido toda la caridad y la misericordia cristianas. Pero, pese a ello, deja entrever fisuras que permiten imaginar que otro sistema es posible y se puede luchar por él.

Este imaginario no es único; otras novelas citadas como Afterland e Hijas del Norte también abren fisuras en el sistema, desde lo íntimo o desde lo colectivo, desde la resistencia o desde el enfrentamiento directo. Las protagonistas sostienen una ética del cuidado y se plantean la reconstrucción social desde otros parámetros de libertad. Incluso en Voz, pese al amordazamiento de las mujeres, la resistencia se hace posible.

En estas obras la esperanza no es ingenua, sino situada en cuerpos que resisten e intentan reconstruir, a veces partiendo simplemente de lo mínimo.

🌍 Interseccionalidad: género, clase y raza en la distopía feminista

Las distopías feministas no describen una opresión uniforme; por el contrario, permiten rastrear cómo el género se entrecruza con otras estructuras de dominación como la clase, la raza, la etnicidad o el origen migrante. Este enfoque revela que el cuerpo femenino no es controlado de la misma forma en todas las circunstancias, y que las violencias representadas en estas ficciones afectan de manera diferenciada según el lugar que cada personaje ocupa en la jerarquía social.

La granja muestra mujeres racializadas y migrantes que son contratadas como vientres de alquiler, vendiendo su capacidad gestante bajo un modelo corporativo que maquilla la explotación como progreso. La intersección entre clase, género y migración es central: no todas pueden elegir, y no todas son elegidas.

En Rojo, la piel del delito, las mujeres marcadas pertenecen a grupos sociales considerados desviados o “díscolos”, donde la disidencia se castiga con visibilidad física. El castigo no opera igual para todas: la moral se impone con sesgo clasista, racista y religioso.

Un futuro hogar para el dios viviente pone en el centro una protagonista de ascendencia indígena que se enfrenta al control de su embarazo en una sociedad donde el literalismo bíblico ha engullido toda pluralidad. La racialización del cuerpo se hace evidente cuando se impone una maternidad normativa desde estructuras coloniales.

Estas novelas revelan que no existe “la mujer” como sujeto monolítico, sino múltiples modos de ser vulnerabilizada o resistir según el cruce de identidades y condiciones. La distopía feminista, cuando trabaja con mirada interseccional, reflejando los focos actuales que preocupan al feminismo, permite imaginar espacios de análisis más complejos y éticamente comprometidos.

🤰 Maternidad como territorio político: genealogía distópica

La maternidad se convierte en uno de los dispositivos más significativos del control institucional sobre las mujeres en muchas de las distopías feministas del siglo XXI.

En las obras seleccionadas, esta cuestión aparece de forma recurrente, al igual que en buena parte del conjunto de las estudiadas:

La granja, presenta mujeres gestantes recluidas para servir como vientres de alquiler bajo régimen corporativo.

Relojes de sangre, dramatiza los efectos de una legislación reproductiva invasiva, donde el deseo de tener hijos se transforma en lucha.

Afterland, muestra una madre fugitiva en un mundo que busca controlar al hijo varón, haciendo de la maternidad libre un acto subversivo.

Mujer sin hijo, de Jenn Díaz (España), presenta un “Plan de Repoblación Nacional” que muy pronto se convierte en la obligación de concebir, estigmatizando e incluso encarcelando a las mujeres que no deseen tener hijos o sean infértiles.

El final del que partimos, de Megan Hunter (Reino Unido), sitúa a una madre en un Londres cubierto por las aguas, donde la maternidad es protagonista.

Un futuro hogar para el dios viviente, de Louise Erdrich (Estados Unidos, ascendencia ojibwa), construye una potente distopía para reflexionar sobre el embarazo y la perpetuación de la especie: “Inventaste una sociedad tan horriblemente normal basada en lecturas literales de las Escrituras… No hay bebés, no hay futuro. No hay raza humana. Los hombres encuentran formas de engullir a las mujeres y manipular el cuerpo femenino”.

En Código Madre Carole Stivers (Estados Unidos) explora sobre lo que significa ser humana, y madre, en un mundo escalofriante y precario después de una crisis pandémica.

Es importante resaltar que la maternidad siempre ha estado presente en la ficción especulativa. En obras anteriores ya se había visibilizado como un síntoma profundo del miedo patriarcal al control de las mujeres sobre su cuerpo con independencia. Por poner solo tres ejemplos de la segunda mitad del siglo XX:

Edicto siglo XXI, de Max Ehrlich (Estados Unidos), imagina un futuro en el que, ante una situación de colapso, una Cumbre Internacional acuerda prohibir durante treinta años el nacimiento de cualquier niño. Así nace El Edicto: los hombres y mujeres que se salten esa prohibición serán juzgados y condenados a muerte.

El primer siglo después de Beatrice, de Amin Maalouf (Líbano-Francia), presenta un mundo destrozado por el déficit de mujeres —debido al infanticidio femenino, el aborto selectivo y el abandono— que agranda la fractura entre Norte y Sur.

Hijo de los hombres, de P.D. James (Reino Unido), se sitúa en un mundo infértil donde el último embarazo se convierte en símbolo de esperanza, poder y conflicto. La maternidad, en este contexto, no representa simplemente la continuidad biológica, sino la posibilidad de recuperar el sentido de comunidad, deseo y agencia.

La maternidad no se presenta en estas ficciones que hemos comentado como un simple rol tradicional, sino como territorio disputado: un cruce entre biología, política, deseo y control. Estas distopías revelan cuánto teme el poder patriarcal a la capacidad de las mujeres de gestar, cuidar y transmitir vida fuera de sus normas. En muchos casos, el conflicto no radica sólo en la prohibición u obligación de ser madre impuesta por el poder, sino en la imposibilidad de decidir si serlo o no y cómo y cuándo por parte de las mujeres.

Esta tensión entre autonomía y biopoder nos acompañará en el cierre crítico, cuando pongamos en diálogo estas distopías con el presente que habitamos. Esa será la tercera y última parte que incluirá un listado de las 65 obras de ciencia ficción feministas de estos años del siglo XXI.


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