Muchas de las distopías que hemos reseñado en este blog se desarrollan en sociedades con graves problemas de reproducción de la población. La mayoría relacionadas con la apropiación patriarcal de la reproducción y de la fecundidad de las mujeres con fines de ordenación social. La novela que trata este tema y que ha tenido mayor impacto es El Cuento de la Criada (1985) de Margaret Atwood. Pero aquí también hemos recogido Benefits (1979) de Zoe Fairbairns, Un futuro hogar para el dios viviente (2017) de Louise Erdrich, Mujer sin hijo (2013) de Jenn Díaz o In The Garden of Dead Cars (1993) de Sybil Claiborne
Todas son distopías enmarcadas en lo que Andréu Domingo denomina “infiernos demográficos” en su obra Descenso Literario a los infiernos demográficos (2008). Se trata de lo que denomina “demodistopías” definidas como “aquellas novelas que fundamentan su visión distópica en los componentes demográficos, es decir, aquellas que imaginan sociedades, por lo general futuras, en las que la evolución extrema de la dinámica poblacional llevaría a situaciones indeseables”.
La sombra de Malthus es alargada. En su Ensayo sobre el principio de la población de 1798, Robert Malthus venía a afirmar que la población tiende a crecer en progresión geométrica, mientras que los alimentos sólo aumentan en progresión aritmética, por lo que la población se encuentra siempre limitada por los medios de subsistencia y vaticinaba su insostenibilidad.
Siempre presentes, las teorías neomaltusianas cogieron fuerza de nuevo en las décadas de los años cincuenta a setenta, cuando se produjo un importante crecimiento demográfico posterior a la segunda guerra mundial. Antes de eso un buen número de autores clásicos de ciencia ficción habían ambientado sus novelas en marcos de extrema superpoblación. Es el caso de Isaac Asimov (Bóvedas de Acero, 1954), Chad Oliver (Sombras en el Sol, 1954), Frederik Pohl y Ciryl Kornblut (en la imprescindible Mercaderes del Espacio, 1953) o Robert Silverberg (Señor de la Vida y la Muerte, 1957), por citar algunos.
El temor a un incremento descontrolado de la población llevó a la implementación de políticas de planificación, que lideró EE.UU. para el Tercer Mundo. La propia ONU convocó varias Conferencias Mundiales de Población, la primera de las cuales se desarrolló en Roma en 1954. La última fue en El Cairo en 1994 y desde entonces no se ha vuelto a convocar ninguna, en consonancia con la pérdida de la centralidad política/científica del tema.
En efecto, como se ha comprobado, aquellas pesadillas demográficas no se han confirmado. Las poblaciones humanas parece que tienen a autorregularse. Y factores muy diversos, de forma muy importante el descenso de la tasa de natalidad, hace que la curva de incremento poblacional se desacelere sobre todo en los países de mayor desarrollo. Aunque es justo señalar que la creciente preocupación ecologista (cambio climático, derroche de unos recursos limitados…) está originando nuevas inquietudes en torno al binomio planeta-población humana.
Pero en los años 50-70 crecía la inquietud demográfica y empiezan a proliferar toda una serie de obras de carácter distópico sobre las cuestiones relativas a la población. En la obra citada, Andréu Domingo, clasifica estas obras entre las que se centran en la explosión demográfica, la superpoblación y sus consecuencias, las relativas al declive de la fecundidad, las que tratan sobre las edades o las plagas y, finalmente, las relativas a las migraciones y el choque poblacional.
Hay en efecto un buen número de obras de literatura de ciencia ficción que se pueden considerar “demodistopías”. Cito tan sólo algunas de las de mayor interés que se pueden encontrar en castellano. ¡Hagan sitio, hagan sitio! (1966) de Harry Harrison. Todos sobre Zanzíbar (1968) de John Brunner. Edicto siglo XXI (1971) de Max Ehrlich. El mundo interior (1972) de Robert Silverberg. 334 (1974) de Thomas M Disch. Las Torres del Olvido (1987) de George Turner. Hijos de hombres (1992) de P.D. James. El último siglo después de Beatrice (1992) de Amin Maalouf. Globalia (2004) de Jean-Christophe Runfin.
En lo que se refiere al tema de este blog, muchas de esas distopías demográficas soslayan sutilmente los efectos para las mujeres de la evolución extrema de las dinámicas poblacionales, abordando en cambio (algunas de ellas de forma magistral) las desastrosas consecuencias sociales y ecológicas si no se detiene la explosión demográfica.
Algunas muestran una sociedad extremadamente machista, como El mundo interior (1972) de Robert Silverberg, en el que la población vive en bloques de mil pisos de altura. En esta sociedad se ha puesto fin a la intimidad y todo se comparte felizmente. Incluso, claro, las mujeres entre los hombres. El acceso a las mujeres es libre para cualquiera, incluso para los vagabundos nocturnos. La iniciativa es sólo para los varones, quedando la mujer a disposición de estos.
En otras, la prohibición de las relaciones heterosexuales es el instrumento para controlar el crecimiento de la población. Es el caso del precursor cuento de Charles Beaumont The Crooked Man (1955), publicado por primera vez en Playboy, en el que cuando la superpoblación aleja al mundo de la heterosexualidad las relaciones entre hombres y mujeres terminan convirtiéndose en ilegales y la minoría heterosexual vive tan furtivamente como aún hoy lo tiene que hacer la minoría gay en muchos países.
En próximas entradas me gustaría abundar en este tema con tres novelas que son particularmente significativas en el tratamiento de estos infiernos demográficos para las mujeres. Me refiero a Edicto siglo XXI (1971) del norteamericano Max Ehrlich, la muy conocida tras ser llevada al cine Hijos de hombres (1972) de la autora británica de novelas de misterio P.D. James y finalmente la bellísima El primer siglo después de Beatrice (1992) del escritor franco-libanés Amin Maalouf.
Son grandes obras. Sobre todo me encantan esas portadas kichts que tenían los libros de Ciencia Ficción en los años 60 y 70.
Un fuerte abrazo.
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Toda la razón
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