Rescato otro artículo que escribí hace más de veinte años, a finales de 1998, y que publicaron amablemente en Página Abierta en enero de 1999. Reconozco que es un artículo un poco espeso, pero lo mismo alguien se anima. Y de justicia es de reconocer también que el artículo sigue mucho a Darko Suvin en su magnífico -y denso- libro «Metamorfosis de la ciencia ficción. Sobre la poética y la historia de un género literario» (1979). No he corregido nada de lo escrito hace 20 años, apenas un par de ajustes gramaticales
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Durante los años 60 y 70 se produjo una verdadera explosión de la Ciencia Ficción (CF) en la Unión Soviética. Ya en su época fue prácticamente desconocida en occidente, incluso entre los aficionados al género. Peor aún hoy, cuando lo que se editó en lengua castellana por las editoriales rusas Progreso, Raduga o Mir, es del todo imposible de encontrar.
Y es una lástima, porque la CF soviética de aquella época, a diferencia de la CF de la edad de oro norteamericana, tenía ya un importante contenido especulativo-social. Se movía en las contradicciones de una época a caballo entre la utopía socialista, la crítica al sistema capitalista y la realidad de una sociedad y un sistema anquilosados en los que ningún futuro se podía vislumbrar con esperanza. El resultado no podía ser sino enriquecedor.
Como se puede rastrear en los artículos y antologías aparecidos en los años 70 en la mítica revista Nueva Dimensión, sólo se puede entender la fuerza de la CF soviética de esos años a partir de la rica tradición utópica de la literatura rusa. Una tradición que mezcla el “racionalismo utópico” importando de la Europa del Oeste y el vital ideal popular de un futuro de justicia y abundancia, expresa durante siglos en la tradición oral de las clases “bajas” de la Rusia zarista.
Esta tradición la encontramos a mediados del siglo XIX en la obra ¿Qué hacer? de Nikolai Tchernichevski (1828-1889), puesta en circulación en 1862 -pese a la censura zarista- pero que no fue publicada hasta después de la revolución de 1905. En esa época tuvo una enorme aceptación, de tal forma que no había militante clandestino que no tuviera un ejemplar escondido. El secreto de este éxito hay que buscarlo en su capacidad para sintonizar con el espíritu de cambio de comienzos de siglo en Rusia: la confianza en que el desarrollo, la ciencia y la tecnología eran capaces de ofrecer un futuro mejor, la descripción de un ideal utópico de cooperación y socialismo, la negativa a separar lo público y lo privado en la vida de los héroes adornada de una cierta añoranza por la vida simple de las comunidades campesinas rusas. La novela combina esa mirada romántica hacia el pasado idealizado con la creencia racionalista en el cambio social.
Curiosamente el tema central de ¿Qué hacer? es la emancipación de la mujer, que aparece como símbolo de una sociedad liberada. Los pasajes más decididamente utópicos se encuentran en la sucesión de sueños de la protagonista, Vera Pavlovna. En el cuarto sueño describe un futuro socialista utópico, en el incorpora los falansterios de Fourier que suprimen la oposición entre la vida rural y la vida ciudadana y las teorías de Owen que promovían una nueva moral basada en la igualdad que se hacía posible por el maquinismo.
En un gigantesco PALACIO DE CRISTAL vive una sociedad feliz de productores libres que cambian de tareas cada dos o tres horas. Este palacio que no oculta nada, simboliza el armonioso equilibrio entre la vida pública y la vida privada, reuniendo bajo el mismo techo apartamentos, comedores, talleres, estudios, teatros o museos…

Algo más tarde la poderosa pluma de Fedor Dostoievski (1821.1881) ponía un contrapunto más desesperanzado a esa visión idílica y optimista del futuro. Tras su dura experiencia en las prisiones de Siberia, Dostoievski fustigó por igual medida la degradación del hombre en la sociedad capitalista y la confianza en tentativas revolucionarias más o menos racionales. Llegó a imaginar que ambos sistemas eran las dos caras de la misma moneda.
En sus Memorias escritas en un subterráneo (1864) estigmatiza la irracionalidad del libre albedrío individual, la estupidez de los hombres y el sin sentido de la historia.
El tema de una perdida edad de oro reaparece una y otra vez en toda su obra y se materializa finalmente en el Sueño de un hombre ridículo (1877). El narrador, hastiado de la maldad del mundo, decide suicidarse y sueña que viaja a través del espacio hasta un mundo gemelo, réplica exacta de la Tierra. Allí descubre una edad de oro pastoril con seres puros y generosos. Sólo que, pasado algún tiempo, corrompe a estos seres utópicos, introduciendo en su edén la mentira, la crueldad y el individualismo. Muy pronto nade una civilización, con sus ciencias, sus crímenes y leyes, sus guerras y esclavitudes, sus santos, sufrimientos y religiones oficiales. El narrador, horrorizado, suplica que lo crucifiquen. Vanamente, porque es despreciado y, entonces, despierta.
Mientras que el PALACIO DE CRISTAL en la novela de Tchernichevski es el símbolo de un futuro luminoso, Dostoievski convirtió por el contrario el célebre PALACIO DE CRSITAL de la Exposición Universal de Londres a mitad del siglo pasado (el XIX) en la representación de la deshumanización industrial.
La fuerza utópica de la literatura rusa se hace más evidente en las épocas de empuje revolucionario. Se hace presente en diversas obras de CF aparecidas en torno a los primeros años del siglo XX. Es el caso de la distopía La República de la Cruz del Sur (1905) de Valeri Y. Briúsov (1873-1924), o las utopías marcianas La estrella roja (1908) y Memmi, el ingeniero (1913) de Aleksándr Bogdánov (1873-1928). O las tendencias utópicas en la obra de Chejov o de Gorki…

Las creaciones más representativas fueron las del poeta más célebre de la época, Vladimir Maiakovski (1894-1930). En toda su obra, pero especialmente en las tres obras de teatro escritas tras la revolución, Maiakovski utiliza como motor principal la tensión entre la anticipación utópica y la recalcitrante realidad. Escribe El misterio bufo (1918) a mayor gloria del primer aniversario de la revolución. Y lo presenta como un segundo diluvio purificador, durante el cual la clase obrera se desembaraza de sus dueños y crea un paraíso terrestre de reconciliación con las cosas, la naturaleza y la historia. Así la revolución es al mismo tiempo satírica y cósmica: es entre los hombres y entre el universo finalmente acogedor, es irreversible y escatológica.
Por eso no resulta nada sorprendente que sus dos siguientes obras de teatro (La Chinche, 1928, y El baño, 1929) sean dos protestas satíricas en contra de la separación entre la utopía prometida y la realidad amenazante. En la primera fustiga la aparición de las tendencias pequeñoburguesas. En la segunda, acudiendo también a elementos de anticipación utopía, denuncia la ya insoportable degeneración burocrática.
Nosotros, la novela de Yevgeni Zamiatin (1884-1937) escrita entre 1920 y 1921, no fue publicada en la URSS hasta 1989, cuando ya se vislumbraba el fin de todo un mundo. Al contrario que Maiakovski, Zamiatin no creía en el fin escatológico de la historia. Por eso -en Nosotros– la conquista de la mayoría de los objetivos de la utopía clásica ha devenido en infelicidad y deshumanización. No es sorprendente que el PALACIO DE CRISTAL de Tchernichevski sea en Zamiatin precisamente el exponente máximo de la ciudad racionalista y se felicidad matemática, la quintaesencia de la civilización y… la culminación de la deshumanización de seres convertidos en entes geométricos. Una muralla de cristal les protege de la naturaleza, en la cual viven unos hombres primitivos y degenerados en el mundo caótico del fuera de nosotros.
Sin embargo, Zamiatin vacila entre el ente geométrico y el hombre-bestia: ninguno de ellos es humano. Vacila entre Tchernichevski y Dostoievski. Y no llega a elegir. Rechaza a ambos.
Por eso la obra de Zamiatin, más allá de la evidente lectura política en clave de crítica al estado surgido de la revolución de octubre, tiene un alcance más amplio. Nos viene a decir que la vida sin la libertad de pensar, sentir, decir y obra es un monstruoso engendro. Su héroe es vencido. Pero su fracaso no es sino el fracaso de un día. No necesariamente el de la esperanza.
Pero Zamiatin y Maiakovski, son excepcionales. Porque en aquella época predomina la inquietud creadora, la confianza en el futuro… era el entusiasmo general por “un asalto revolucionario hacia los cielos”.
Es en esa atmósfera en la que destaca el escritor Alexei Tolstoi (1883-1945) que aportó dos obras decisivas: Aelita (1923) y El hiperboloide del ingeniero Garin (1925). En ellas de nuevo se mezclan las aventuras y los conflictos interplanetarios -y por tanto la ciencia- con la utopía de la revolución social teñida de romanticismo. Amalgama que como decía antes ha conformado las tradiciones de la CF soviética.
En Aelita -con reminiscencias de Burroghs y Wells- se narran los amores de Los, el protagonista inventor del cohete, por la princesa marciana Aelita. Todo ello en medio de la revuelta de los trabajadores marcianos contra la decadente dictadura del “Consejo de los Ingenieros”. No exenta de ambigüedades, Aelita tuvo un gran éxito, similar al de Wells en Inglaterra, y fue considera la primera obra maestra de la CF soviética.
Luego, sería a comienzos de los 60 cuando se produce un nuevo auge de la CF en la URSS, con el regreso de la imaginación utópica. Las razones parecen obvias. Hasta entonces la anticipación había sido una empresa más que complicada, puesto que solo Stalin -y el partido- tenían derecho a “predecir el futuro”. Pero en 1956 el vigésimo Congreso del Partido Comunista había renegado de Stalin y se producían los primeros y espectaculares logros de la astronáutica soviética, simbolizada por el primer Sputnik.
En este despegar un hito indudable fue la publicación en 1958 de La nebulosa de Andrómeda de Ivan Efrémov. La obra de Efrémov tuvo un gran significado en su tiempo, ya que supuso el resurgir de la CF y la litera utópica soviética.
En el mundo de entonces en el que ya tan sólo quedaba sitio para la distopía, para el más descarnado pesimismo (recuérdense 1984, Farenheit 451 o Un mundo feliz escritas en esa misma época). La nebulosa de Andrómeda supone la recuperación de una visión utópica de tipo socialista que contempla un mundo unificado, próspero, humano, sin clases y sin naciones. Los críticos soviéticos hablaron incluso de “renacimiento del elevado utopismo de la filosofía y la antropología marxista”. Ello no evitó sin embargo que fuera también atacada con determinación por determinados sectores: resulta que en el futuro tan remoto que describe la obra [la era del Gran Anillo], ¡han sido olvidados los nombres de Marx y Lenin, en tanto que aún se recordaban los nombres de los dioses griegos!
En Andrómeda la tierra es administrada por un Consejo Astronáutico y un Consejo Económico, que comparan cada proyecto con las posibilidades existentes en una planificación centralizada en la que ha desaparecido límites y contradicciones. La ciencia no es una amenaza cual moderno Prometeo, sino una disciplina humanística, donde las ciencias físicas, las ciencias sociales, la moral y el arte, se han unificado al servicio del hombre nuevo. Hace también hincapié en la belleza y en la libertad individual y las heroínas se sitúan en el centro de la novela. En este sentido bien lejos de la CF norteamericana de la época.
Andrómeda es retomar el discurso de la afirmación y la esperanza, rechazando la era oscura de Stalin. Incluso la simbología del título da pie a ello: recuerda la joven belleza griega encadenada por un monstruo que es salvada por un héroe alado, que vence al monstruo mostrándole su propia imagen. Es volver a Tchernichevski y recrear su PALACIO DE CRISTAL renovado y remozado.
Es una obra fundamental que marcó el camino de la CF soviética de los años 60 y 70 que, frente al pesimismo de la distopía occidental, adoptó en general un tono esperanzado y optimista. Ese tono, junto al papel tan importante que el conocimiento científico tenía en la ideología oficial de la URSS, marcó la obra de especulación de la mayoría de los autores con una visión totalmente optimista sobre el desarrollo futuro de la ciencia en una sociedad en la que el Comunismo seguirá imperando, para felicidad de todos, en un mundo política y socialmente perfecto.
Y es que escribir CF en un país que oficialmente caminaba hacia la utopía era tarea arriesgada. “¿Para qué iban a imaginar el futuro? –dice un personaje de Abramov refiriéndose a los países socialistas-. Lo están construyendo por sí mismos, basándose en las premisas racionales de la realidad”.
A caballo de las tensiones de la realidad recalcitrante, limitados por la falta de libertad respecto a las instituciones políticas, pero sin abandonar del todo la rica tradición utópica rusa, muchos autores soviéticos supieron crear en los años 60 y 70 “otra” literatura de anticipación bastante alejada de los cánones y de los estereotipos de la CF norteamericana.
Noviembre de 1998
Nota posterior: Si se quiere saber más, hay un amplio resumen en español sobre la historia de la ciencia ficción rusa y soviética