Las antiutopías forman un subgénero importante en la ficción especulativa. Muchas de ellas -de la primera mitad del siglo XX- han traspasado las fronteras del género y son ya clásicos de la literatura general como Nosotros de Zamiatin, 1984 de Orwell, Fahrenheit 451 de Bradbury o Un mundo feliz de Huxley. En esa época pocas tenían como hilo conductor distópico la opresión de género, excepto la ya nombrada en un post anterior Svastika Night (1937) de Katharine Burdekin.

Pero desde los años 70 se han venido publicando un buen número de distopías críticas feministas. Tengo la impresión de que, además, en la última década, se ha producido una verdadera eclosión de este tipo de obras que están modulando muchas de las convenciones de este subgénero distópico, con novelas que resultan difíciles de encajonar.

Las distopías (o antiutopías) feministas, nos muestran infiernos de opresión, discriminación y violencia contra las mujeres. Llevando al límite la asimetría del poder entre los sexos se realiza una acerva crítica del sistema patriarcal y un cuestionamiento de valores y actitudes que muchas veces pasan desapercibidos.

Pero, al tiempo, son una forma de expresar deseos y esperanzas utópicas de la mujer. Precisamente la dificultad que existe de reflejar adecuadamente esos deseos en contextos de opresión, en el cual las mujeres son esclavas, produjo en los años 70 y 80 un rechazo entre algunas lectoras feministas, que preferirían seguramente contextos especulativos más inspiradores[1].

Por otro lado, a veces se han podido hacer lecturas de estas distopías en el sentido de que tenían elementos antifeministas, ya que se podría interpretar que banalizan la opresión de las mujeres al situarla en sociedades que “parecen imposibles”, alejadas de la vida real, o de la experiencia diaria y directa[2].

Pero en los últimos años parece evidente que se han desarmado esos recelos iniciales, tal vez porque también se han apreciado mejor las capacidades de resistencia de las mujeres en esos contextos de opresión absoluta.

Aunque tengo la impresión de que la evolución de las realidades sociales también ha ayudado a la eclosión de nuevas e inspiradoras novelas distópicas. Y es que se ha resquebrajado la idea de que los avances en la igualdad no tienen marcha atrás y los retrocesos que parecían imposibles empiezan a vislumbrarse como un peligro real, con la deriva conservadora y en algunos casos peligrosamente reaccionaria de nuestras sociedades.

juegos-divergenteDe ahí que la publicación de obras distópicas se haya disparado en los últimos años. La serie para jóvenes-adultos «Juegos del Hambre» (2008) de Susan Collins, o la serie «Divergente» (2011-2013) de Verónica Roth con potentes protagonistas femeninas en contextos distópicos, me parece que son más bien fruto de esa tendencia antes que impulsores de la misma.

Son varias las obras distópicas firmadas por autoras feministas en los años 80. Cabría citar «Le silence de la cité» (1981) o la posterior «Chroniques du Pays des Mères» (1992) de la autora franco-canadiense Elisabeth Vonarburg, que ha sido calificada como “la gran dama de la ciencia ficción quebequesa”. Y una buena cantidad de relatos cortos como To market, to market (1981) de Josephine Saxton; The Awakening (1985) de Pearlie McNeill; o Atlantis 2045: No Love between Planets (1985) de Frances Gapper.

Pero las dos obras distópicas de mayor trascendencia de la década de los 80 son «El cuento de la criada» y «Lengua Materna» (cierto es que la segunda con mecho menos repercusión, quizás porque se trata de una obra mucho más encasillable en el género de la CF y de una autora ajena al mainstream)

Cuento criadaEl impacto de la serie «The Handmaid’s Tale», me ahorra extenderme sobre esta novela de la canadiense Margaret Atwood (1939) publicada en 1985. El argumento es conocido: en una Norteamérica que ha sufrido una regresión tras una hecatombe apocalíptica las mujeres han perdido todos sus derechos. Los niños sanos son un bien más escaso y las mujeres que todavía son fértiles, una minoría. Ambos se convierten por tanto en la mercancía más preciada. Los primeros tienen valor por sí mismos, las segundas en la medida en que todavía demuestren su capacidad para producir.

Defred, la protagonista, es una de las mujeres dedicada a la reproducción (una “criada”) vestida siempre de rojo, entre el temor al fracaso y la amenaza del confinamiento en la isla de los seres inservibles. Se enfrentará, como todas las mujeres de su casta a una mezcla de envidia, de adoración y desprecio, debatiéndose entre la opresión, el miedo y el ansia de libertad. Rememora su pasado en el que todavía era libre y en el que no podía imaginar que era posible un futuro como el que está viviendo e incluso se pregunta en sus horas más bajas sobre la culpa colectiva de las mujeres en su situación.

La primera reacción al leer la novela en los años 80 sería probablemente algo así como: «Esto no podría pasar aquí». Porque efectivamente dada la cercanía en tiempo y lugar de la novela, parece poco verosímil que en un país como EE.UU. pueda llegar a surgir una situación así… ¿O no?… Porque después hemos visto los retrocesos de derechos en Europa, particularmente la oriental, ha llegado un energúmeno machista a la presidencia de Estados Unidos, ganaron y vuelven a avanzar los talibanes, Arabia Saudí concede el derecho a conducir, Ruisa ha despenalizado la violencia machista, e ISIS y Boko Haram aterrorizan a las mujeres… ¿aquí no podría pasar verdaderamente?

Menos conocida, como decía porque quizás el contexto es de pura ciencia ficción, pero de similar interés habría que referirse a la serie «Lengua materna» (1984) y sus continuaciones «La rosa de Judas» (1987) y Earthsong (1993) de Suzette Haden Elgin (1936). La historia transcurre a finales del siglo XXII, en una sociedad que ha involucionado de tal forma que las mujeres no tienen derechos de ningún tipo, no se les encomienda ninguna tarea de importancia, no pueden comprar, no tienen propiedades, no votan, etc…

Lengua Materna trilogiaPor lo demás, la economía, la política, la lucha por el poder ha cambiado bien poco. El comercio interplanetario ha convertido al lenguaje en un bien precioso. El conocimiento de los lenguajes de los seres alienígenas se convierte en arma poderosa, en instrumento de poder. Y esa tarea ha sido asumida por las dinastías de Lingüistas.

Desde recién nacidas, las hijas de las Líneas (las dinastías Lingüistas) son sometidas a la interacción con seres alienígenas en una interface, de tal forma que el lenguaje alienígena se convierte para ellas en una Lengua Materna.

La resistencia de las mujeres, sobre todo de aquellas que han sido agrupadas en las llamadas Casas Estériles (cuyo nombre lo evoca todo), se centra en la creación de un lenguaje propio, la lengua de las mujeres. La enseñanza de esta nueva lengua desde muy pequeñas a todas las niñas de forma clandestina será la que cambie la situación. El lenguaje es poder. Las lenguas actuales han sido creadas en función de la percepción y de las necesidades de los hombres -afirma la novela- y la creación y el uso del nuevo lenguaje exclusivo de las mujeres (Láadan) transformará la realidad opresiva en que viven.

Mas allá de lo cuestionable de estas tesis (la capacidad del lenguaje de conformar la realidad por sí mismo, que nos retrotrae a las teorías de Sapir-Whorf. No se olvide que Elgin es lingüista) y el lamentable y unívoco papel de los hombres que describe la novela, quizás lo más hermoso en ella es la descripción de la propia resistencia de las mujeres, el valor de la solidaridad que se genera entre ellas, lo esencial que la propia resistencia es para la comunidad de mujeres.

Si retrocedemos a los años 70, veremos que también hay una abundante producción distópica de autoras feministas.

Caminando 2Un buen ejemplo de la literatura de CF feminista que floreció en EE.UU. en los años 70 es sin duda «Caminando hacia el fin del mundo» (1974) de Suzy McKee Charnas (1939). Se trata de una distopia cruel, estremecedora. Tras la Destrucción, que según una superstición fue culpa de las mujeres, estas hacen todo el trabajo pesado y sucio, son esclavas sin derechos, en habitaciones separadas y vigiladas, en una tierra inhóspita y pobre que apenas sobrevive del cáñamo y de las algas… Es una novela que critica duramente los roles de género en la sociedad y que se aleja claramente de las tradicionales aventuras de CF concebidas como entretenimiento para varones adolescentes.

De hecho, Charnas tuvo dificultades para publicar su segunda novela de esta serie, «Motherlines» (1978). El problema era que en el libro no aparecen personajes masculinos y muestra relaciones sexuales controvertidas para la época. Un editor incluso le llegó a decir que podría publicar la obra si todos los personajes femeninos fueran convertidos en masculinos.

The WandergroundPor su parte Sally Miller Gearhart (1931) publicó en 1979 «The Wanderground», una historia en la que los hombres permanecen en las ciudades, mientras que muchas mujeres que han sido perseguidas huyen a las colinas. Allí han diseñado un mundo en paz en el que comparten su memoria, sus historias de supervivencia y autodescubrimiento. Mientras en las ciudades las mujeres permanecen en la peor opresión, en las colinas las mujeres van avanzando ahondando sorprendentemente en su libertad de forma única. Se trata de una obra de las obras más representativas de la ciencia ficción enmarcada en el auge del feminismo lesbiano de la época.

Zoe Fairbairns (1948) fue una activista clave en la segunda ola feminista en Inglaterra, y su labor hacia la igualdad para las mujeres se ha manifestado en conferencias, edición, la enseñanza y el periodismo y como autora de CF.

Zoe Fairbairns
Zoe Fairbairns

Su novela «Benefits» (1979) capturó gran parte del vigor y el impacto político del movimiento feminista de los setenta en Gran Bretaña realizando un inquietante retrato de un futuro en el que se paga a las mujeres por quedarse en casa y tener y cuidar bebés.

El contexto de la novela es la crisis de 1976.  Un gobierno laborista estaba en el gobierno y parecía favorable a algunas de las demandas del movimiento feminista. Desde 1975 estaba en vigor una Ley de igualdad salarial y una ley contra la discriminación sexual, que parecían buen punto de partida para introducir las prestaciones por hijo: pagos para los cuidadores principales de los niños, por lo general mujeres.

Los sindicatos se opusieron ferozmente y el gobierno cedió a su presión, tanto es así que hubo acusaciones generalizadas de una rendición del Gabinete al “machismo sindical”.

BenefitsAl llevar la dependencia económica causada por la maternidad a su conclusión lógica, se produce un examen de gran alcance de la política de género y se nos presenta una distopía en la que una mujer primer ministro utiliza los beneficios del estado del bienestar para obligar a las mujeres a volver de nuevo a la casa y a los trabajos domésticos, anticipando sorprendentemente las políticas de Margaret Thatcher (fue publicada antes de que esta llegara al poder).

Benefict[iii] está considerada como uno de los hitos de la literatura feminista de los años setenta.

Para terminar este pequeño panorama de las distopías setenteras, no podemos dejar de lado «The funeral»[iv] (1972) de la feminista estadounidense Kate Wilhelm (1928) que nos describe un mundo en el que las mujeres son “no ciudadanos”, adoctrinadas en escuelas especiales y asignadas a funciones como la maternidad, la enseñanza o la esclavitud sexual.

Y hasta aquí la primera parte de “La victoria de los talibanes”. Pronto la segunda parte sobre las distopías de género más recientes.

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[1] Así lo explica detenidamente Sarah Lefanu en Feminism and Sciencie Fiction. 1989

[2] Ver La distopía feminista contemporánea. Ildney Cavalcanti en Mujeres en la Literatura, Brasil

[iii] Ver introducción de la autora a la edición de 2012 http://www.zoefairbairns.co.uk/benefits.htm

[iv] Se puede leer en ingles en https://www.lexal.net/scifi/scifiction/classics/classics_archive/wilhelm2/wilhelm21.html