Retomaré más adelante la reseña de algunas de las más apasionantes autoras de ciencia ficción, pero ahora, por cambiar de registro, inicio un pequeño recorrido por las utopías y distopías femeninas.
Previamente me parece de interés en esta primera entrega realizar alguna disgresión en torno a la literatura utópica. No será muy exhaustiva claro, que se trata de un blog y no de un ladrillo.
Creo de entrada que la literatura utópica pertenece con todo derecho al género de la Ciencia Ficción. Y no voy a entrar a definir aquí la Ciencia Ficción, que otros muchos, desde luego mucho más entendidos que yo, lo han intentado con desiguales resultados. Pienso que lo suele definir verdaderamente a las cosas y darles identidad fuerte son las fronteras. Y cuando las fronteras son difusas, como es el caso de la CF, las cosas se niegan a ser definidas de manera clara, afortunadamente.
Así que yo me tomo la libertad de incluir a la utopía dentro de la CF. Porque en realidad trata de experimentos sociales, las más de las veces además enmarcados en un futuro más o menos cercano, pero, como en toda buena CF, con profundas raíces en el presente.
Los precedentes
Aún a riesgo de reiterar lo que todo el mundo sabe, el género lo inaugura como tal género Tomás Moro con su libro Utopía.
Utopía se escribe en pleno renacimiento (1516). Luego le siguen muchas otras. Las que más influencia tienen son las de Campanella (La ciudad del sol, 1623) y la de Bacon (La Nueva Atlántida, 1627).
Aunque podríamos hablar de precedentes tan importantes como La República de Platón o La Ciudad Ideal del turco Al Farabi (escrita en el siglo octavo).
Tomás Moro, Tomaso Campanella y Francis Bacon imaginaron tres modelos de sociedades utópicas y adelantaron el camino hacia un mundo más igualitario. Al contrario que obras posteriores, ello incluye también un cambio en la visión del papel de la mujer en la sociedad, referida a la situación social de la época en que se escriben, que no de otra manera hay que mirarlo.
En estas sociedades imaginadas ha desaparecido el conflicto social, se ha logrado la felicidad colectiva. Una felicidad que se consigue necesariamente por la subordinación de los individuos al interés del bien común. La ciencia y la técnica se ven como los motores que traerán la felicidad, el ocio, capaces de hacer del ser humano un dios.
Son decenas las producciones utópicas que llenan los siglos XVI a XVIII, siguiendo la estela de estos tres primeros grandes utopistas. Se inscriben todas ellas en una época optimista de confianza en el progreso, en la razón y en la intrínseca bondad humana.
Aunque en el siglo XIX empieza a resquebrajarse, todavía, a grandes rasgos, prevaleció esa visión idílica del futuro, la esperanza confiada en el progreso de la humanidad, imparable con los avances de la ciencia y la técnica, considerados en sí mismos como positivos. El siglo XIX fue todavía el siglo de las utopías optimistas
Pero pronto, la realidad empieza a mostrarse con toda su crudeza. El maquinismo comienza a revelar su verdadera cara, la explotación de las masas obreras, la infancia, los suburbios de las grandes ciudades, la miseria… Y la literatura utópica comienza a girar.
La utopía de raíz socialista
Sólo permanece en esa época de cambio de la utopía a la distopía, una literatura optimista del futuro. Es la utopía de raíz socialista, que refleja un poderoso movimiento emancipador -el socialista- que no podía sino proyectarse en la literatura.
De hecho, no son pocos quienes consideran que el Manifiesto Comunista (1848) es uno de los mejores exponentes del pensamiento utópico. Pese a que sus autores afirmen que los postulados que reflejan se fundamentan en análisis científicos e históricos y renieguen del propio pensamiento utópico.
En esta corriente utópica podríamos incluir el ¿Qué hacer? del ruso Txhernichevsky, escrita en 1862. Por supuesto, Noticias de ninguna parte de William Morris, de 1891. Y la que tuvo mayor influencia en los círculos socialistas, la novela de Eduard Bellamy El año 2000, una visión retrospectiva escrita en 1888. Frente al ensayo algo plúmbeo de Bellamy puede leerse El talón de hierro (1907) de Jack London, otra obra de literatura distópica socialista.
La distopía de la primera mitad del siglo XX
Luego todo cambia. La utopía dejó de imaginar felicidades futuras para reflejar, de forma cada vez más sombría, las obsesiones de una época de crisis, temores y desconcierto. Lo que para las utopías del renacimiento era el paraíso, en las utopías del siglo XX se convierte en el origen de la más terrible de las opresiones. Lo que era la felicidad en los utopistas clásicos se convierte ahora en horror y desesperanza.
El bienestar colectivo que se consigue a expensas del individuo tiene las más siniestras consecuencias. La ciencia y la técnica, que iban a librar las energías y capacidades humanas, en vez de un semidios convierten al ser humano en un esclavo. El sueño de la organización y la perfección social conduce a los más abyectos totalitarismos.
Las conocidas Nosotros (1920) de Yevgueni Zamiatin, Un mundo feliz (1932) Aldous Huxley, 1984 (1949) de George Orwell y Farenheit 451 (1953) de Ray Bradbury, son algunas de las más influyentes obras de este período.
La distopía de la segunda mitad del siglo XX
La segunda mitad del siglo XX con sus terrores -la gran guerra, el nazismo, la bomba atómica…- es ya el siglo de la antiutopía, la distopía, la utopía negativa. Estamos en una época de desconfianza en el progreso. El futuro se ve con pesimismo y miedo.
A partir de los 50, no hay lugar para las utopías, (quizás Ecotopía -1975- de Callenbach; o Los Desposeídos de Le Guin) pero las distopías que se escriben dan una vuelta de tuerca. Ya no se refieren tanto a los terrores de la organización social o las amenazas genéricas de la ciencia y la tecnología, sino que ahora reflejan más bien los temores concretos de este mundo en crisis y lo proyectan hacia el futuro.
No hay hueco en esta miniserie para extenderse. Mi limito pues a enumerar sólo a algunas de las principales obras que reflejan esta tendencia (ver abajo una galería con las portadas)
La superpoblación y la reacción muchas veces verdaderamente siniestra de los poderes ante ella como Hagan sitio Hagan sitio (1966) de Harry Harrison, El rebaño ciego (1972) de John Brunner, o 334 (1974) de Thomas M. Disch.
Las transnacionales que controlan el mundo como refleja admirablemente Mercaderes del Espacio (1953), de Frederik Pohl y C. M. Kornbluth; las consecuencias de un capitalismo sin freno en Globalia (2004) de Rufin, que fue vicepresidente de Médicos Sin Fronteras, o en Leyes de Mercado (2004) de Richard Morgan.
Las crisis ecológicas, el calentamiento global, la subida de los mares y sus consecuencias previsibles como Las torres del Olvido (1987) de George Turner.
El ensanchamiento de la falla Norte-Sur, la cooperación y el control de la natalidad en El primer siglo después de Beatrice (1992) de Amin Maalouf.
También hay numerosas obras post-apocalípticas, que son decenas. Quizás citar para interesadas la hermosa La Tierra Permanece (1949) de George R. Stewart, La carretera (2006) de Cormac McCarthy, Metro 2033 (2002) de Dimitri Glukhovsky, La Gente del Margen (1989) de Orson Scott Card, La Larga Marcha (1979) de, Stephen King o El Cartero (1985) de David Brin. Muy recomendable, Apocalipsis suave (2011) de Will McIntosh.
También hay anti utopías donde la cuestión se centra precisamente en torno al papel de las mujeres, como Lengua Materna (1984) de Susanne Haden Elgin o El cuento de la criada (1985) de Margaret Atwood. O complejas y contradictorias como La puerta al país de las mujeres (1988) de Tepper, El hombre hembra (1975) de Joanna Russ y muy recientemente la tremenda The Power (2016) de Naomi Alderman.
Estos últimos libros citados pertenecen a un conjunto de obras utópico/distópicas en las que el rol de la mujer en la sociedad es el que vertebra la propia utopía o distopía, ya que ese papel define -para bien o para mal- la construcción social.
De esa literatura utópica en concreto es sobre la que intentaré ofrecer modestamente un panorama en los próximos capítulos. Y para ello voy a dividir esta serie -arbitrariamente si se quiere- en varias entradas.
La primera, consistirá en una pequeña referencia a las obras precursoras de literatura utópico-distópica femenina, en la época de la primera ola feminista, de 1870 a 1920.
La segunda se referirá a las obras utópico-distópicas de la época de los pulps (1930 a 1950).
La tercera va a tratar sobre algunas distopías antifeministas de los años 50
La cuarta entrega va a hacer referencia a las obras especulativas de mundos sin mujeres.
La quinta se titulará mundos sin hombres, es decir hará referencia a mundos o sociedades donde ha desaparecido el género masculino.
La sexta tratará de sociedades duales, en la que hombres y mujeres están estrictamente separados.
La séptima, cuando gobiernan las mujeres. Es decir, mundos o sociedades donde el género femenino es quien domina en una sociedad mixta.
Y finalizaremos con la octava entrega, que se titulará la victoria de los talibanes, en la que -como su nombre indica- referiré las ficciones en las que las mujeres han vuelto a la más oscura dominación masculina.