Jessamine Chan (n. 1982) es una autora chino-estadounidense de primera generación, nacida en Chicago y formada en Brown University y la Universidad de Columbia. Antes de dedicarse a la escritura, trabajó como editora en Publishers Weekly. Su primera novela, La escuela de las buenas madres (2022), fue un éxito de ventas en EE. UU., seleccionada por el club de lectura del programa TODAY y finalista de varios premios literarios. Actualmente vive en Chicago con su esposo y su hija.
Esta obra de Chan ya fue incluida de forma destacada en nuestra reciente monografía sobre maternidades en la ficción especulativa: https://shre.ink/o49y.
La novela nos sitúa en un futuro cercano donde el Estado vigila y sanciona el supuesto mal ejercicio de la maternidad con una severidad que roza lo absurdo. Frida, madre divorciada y agotada, tiene un mal día. Pero ese momento de vulnerabilidad se convierte en el detonante de una maquinaria institucional que la acusa de negligencia y la somete a un proceso judicial deshumanizante. Como señala la reseña publicada en La Copela, que tomamos como referencia crítica para esta entrada [ver: https://shre.ink/o49q], “la denuncia de uno de sus vecinos dará el pistoletazo de salida a la pesadilla de la protagonista”.

Frida es enviada a una Escuela de Reeducación para madres “fallidas”, donde durante un año deberá demostrar que es una “buena madre” practicando con una muñeca-robot sustituta. Las pruebas se multiplican, los mantras se imponen y una vigilancia siempre presente a través de sofisticados sistemas de control. La novela despliega una crítica feroz a la estandarización del cuidado, la vigilancia estatal y los prejuicios de clase, raza y edad que atraviesan el juicio sobre la maternidad
La tensión narrativa crece a medida que Frida convive con otras mujeres en situaciones igualmente injustas “todas acusadas de delitos contra sus hijos que van desde el maltrato hasta el abandono, algunas de las cuales podemos sospechar que han sido incluidas en el programa por motivos relacionados con la edad, la raza o la clase social. La convivencia no es fácil entre mujeres de procedencias tan dispares; se producen altercados, denuncias entre ellas e incluso situaciones desesperadas que las abocan a decisiones fatales”.
Afirma Chan en la novela: «El trabajo será arduo, pero las madres deben rechazar cualquier idea de abandonar. El Estado está invirtiendo en ellas. La valla, añade la señora Knight, está electrificada». Y una de las inevitables preguntas que se hará el lector, sobre todo viendo cómo están transcurriendo la cosas en nuestro planeta, es si realmente estamos tan lejos de este tipo de control institucional generalizado.
¿Una maternidad sublimada: crítica o consagración?
Pero no es la única pregunta que nos suscitará la novela. Si el escenario en esa escuela es directamente delirante, distópico, de una enorme crueldad: ¿por qué aguantan las madres encerradas la humillación constante y los castigos degradantes a los que las someten? ¿Por qué no abandonan el programa si como parece podrían hacerlo?

La respuesta parece residir en la esperanza de recuperar a sus hijos e hijas, arrebatados por problemas que en la vida real son frecuentes. Una necesidad que en la novela se muestra por encima de cualquier otra consideración en la vida y por encima de cualquier otro proyecto existencial que no sea el de ser madre.
El cuento de la criada, más allá de su opresión distópica, también rezuma una búsqueda materna que se impone sobre muchas otras dimensiones vitales. Lo mismo sucede en otras novelas que hemos incluido en la monografía citada. ¿No estaremos elevando el amor materno por encima de límites razonables? Da la impresión de que el amor materno y el cuidado de los hijos se convierten en estas obras en lo que define a una mujer, en lo único que le da sentido. Una visión que con razón ha venido cuestionando reiteradamente el movimiento feminista: ser mujer no es ser madre.
No termino de tener claro si la autora, en “La escuela de las buenas madres”, defiende una identidad femenina exclusiva —la maternidad—, o si por el contrario nos muestra una extrapolación crítica de ese amor materno, capaz de anular cualquier otro sentimiento o identidad. En el caso de Frida la necesidad de recuperar a su hija inhibe su capacidad de solidaridad con otras compañeras, impide que se exprese el amor en pareja, anula su personalidad y la lleva a aceptar cualquier humillación o indignidad.
¿La novela en referencia a esa maternidad sublimada critica o más bien define? Creo que cada lector puede responderse a esa pregunta tras las impresiones que le deje la sucesión de situaciones angustiosas que vive la protagonista en ese lugar de tortura.

¿Qué es ser humano? La ternura de lo sintético
Hay otro elemento que en la novela parece que circula en segundo plano, pero que es importante resaltar. Se trata del vínculo emocional que Frida establece con su muñeca, esa criatura artificial que sustituye a su hija biológica. La novela no nos permite imaginar un futuro para esos seres, pero durante buena parte de la lectura, uno llega a pensar que Frida podría terminar llevándose (¿robando?) a su muñeca, materializando así ese afecto, que por más que pueda parecer proyectado, es real.
Estas muñecas, tratadas con una inusitada crueldad que provoca en el lector una tremenda pena y una inmensa ternura, encarnan una pregunta que atraviesa la distopía: ¿qué es ser humano? ¿Es el dolor suficiente para otorgar humanidad? ¿Es una forma legítima de vínculo el amor dirigido a un simulacro de humanidad? La tristeza que provocan estas figuras no es solo por lo que representan, sino por lo que revelan: que incluso en la ficción más controlada, el afecto se filtra, se desborda, se resiste. Frida no solo ama a su hija ausente: ama también a la muñeca que la sustituye, y ese amor —por más que sea inducido, vigilado, manipulado— nos obliga a preguntarnos si la humanidad reside en el cuerpo, en la biología, o en la capacidad de sentir. Es un amor que va más allá de lo humano, pero que tal vez sea lo que verdaderamente nos haga humanos.
