Kelly Barnhill afirma que Cuando ellas fueron dragones nació como un cuento y creció hasta convertirse en novela. Y es cierto: podemos leerla como un cuento encantado en el que, de repente, mujeres se transforman en dragonas. Bellísimas, brillantes, poderosas. Se alzan desde cocinas, jardines, fábricas y plazas sindicales. No hay aviso. No hay explicación.
Y, sin embargo, lo más inquietante no es que nadie sepa por qué ocurre, sino que nadie se atreva a preguntar. Las autoridades, para evitar preguntas, fingen que algo tan impresionante, público y evidente jamás ha ocurrido. Como si lo extraordinario pudiera esconderse bajo la alfombra de lo cotidiano.

Pero Barnhill no escribe un cuento de hadas. Sitúa la dragonización en un paisaje ideológico concreto sobre el terreno de los hechos reales y constatables: «La vuelta a casa» que se produce a mediados de los años 40 tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y con el retorno de los soldados, las mujeres que sostuvieron el esfuerzo de guerra en las fábricas tuvieron que volver a la cocina para dejar los puestos de trabajo a los “padres de familia”. Las mujeres volvieron a la sombra de las cocinas, los dormitorios y los hogares, ellas que habían conocido la luz de su capacidad, que habían trabajado el doble, que habían sacado adelante a sus familias, tenían que volver a la sombra de los hombres.
En 1953 y gracias a la mayoría republicana, el senador McCarthy obtuvo la presidencia de la Subcomisión Permanente de Investigaciones del Senado, dando lugar a la caza de brujas sobre intelectuales, artistas, funcionarios, científicos y a cualquiera que intentara utilizar su inteligencia, bajo la acusación de “actividades antiamericanas”
En ese contexto, hablar de dragonas te convierte en persona de mal gusto, grosera, impúdica, marginal o demente y, si eres niña, en objeto de castigo escolar. Investigar sobre transformaciones de mujeres, la dragonización, te conduce en el mejor de los casos al ostracismo social o directamente a un comité de investigación. Y convertirse en una, imperdonable.
La autora explica que esta historia germinó en su mente tras escuchar la declaración de Christine Blasey Ford, la primera mujer en acusar de agresión sexual al juez Brett Kavanaugh, candidato de Trump al Tribunal Supremo.
La fantasía, entonces, no es evasión: es respuesta. Es símbolo. Es resistencia. Porque las dragonas de Barnhill no son monstruos ni mártires. Son mujeres que se niegan a volver a la sombra. Mujeres que han conocido la luz de su capacidad, que han sostenido familias, que han trabajado el doble. Y que, al alzarse, no buscan venganza, sino plenitud. No son sombrías ni resentidas. Son luminosas. Y quieren vivir a plena luz del día.

🖋️ Kelly Barnhill es una autora profundamente comprometida con la justicia social, la educación y el poder transformador de la imaginación. Exmaestra, activista y trabajadora en refugios para mujeres maltratadas, ha convertido sus vivencias en materia narrativa. Su obra, galardonada con la Medalla Newbery y el World Fantasy Award, mezcla lo fantástico con lo político, lo íntimo con lo colectivo. En sus novelas, los cuentos no escapan del mundo: lo enfrentan.
📚 ¿Coincidencia? Curiosamente, la época en que se sitúa Cuando ellas fueron dragones coincide con la ambientación de la novela que hemos reseñado en la anterior entrada: Los peligros de los viajes en el tiempo de Joyce Carol Oates. Ambas narrativas, aunque muy distintas en tono y estilo, dialogan con ese momento histórico en que la mujer fue devuelta al hogar y al silencio, tras haber demostrado su capacidad en el espacio público. Barnhill responde con dragones que se alzan; Oates, con una joven castigada por pensar. Dos formas de imaginar la resistencia frente a la domesticación y la sumisión de las mujeres.
