Mujer, feminismo, ciencia ficción

Distopía feminista, supervivencia y sororidad

Publicada en 2019, «El año de gracia» es una novela distópica escrita por la estadounidense Kim Liggett[i][ii] que entrelaza el terror cotidiano con la resistencia silenciosa. En el condado de Garner, las jóvenes son convencidas de que su piel exhala una esencia afrodisíaca capaz de seducir a los hombres y despertar celos mortales en las mujeres. Para “purificar” esa magia, son expulsadas una vez en la vida —tras la primera menstruación— y confinadas durante un año en una zona común, alejada y hostil. El viaje hacia ese lugar no es solo físico, sino simbólico: un tránsito entre lo iniciático y lo destructivo, donde la identidad se despoja y se reconstruye. No todas regresan. Tierney James, la protagonista, está a punto de cumplir su año de gracia y descubrirá que el mayor peligro no reside en la naturaleza ni en los cazadores furtivos, sino en la rivalidad entre las propias chicas.

Una recreación sombría de las jóvenes en su lugar de confinamiento

El Condado -el lugar donde viven- es una sociedad cerrada, el sueño del patriarcado, pero una pesadilla tan atroz como cotidiana para las mujeres que habitan en una especie de banalización del terror.

Una vez en la vida, tras la primera menstruación, las mujeres han de pasar un año —el año de gracia— aisladas en condiciones inhóspitas, truculentas y amenazantes que tienen como objetivo despojarlas de cualquier tentación de rebeldía individual o colectiva para convertirlas en seres útiles pero subalternos y, sobre todo, cómplices del poder masculino.

Pese a ser un relato inquietante y desgarrador, a lo largo de la novela la autora va deslizando y sentando algunas claves en las que es posible albergar la esperanza, y que van desde el reconocimiento de la propia realidad opresiva hasta la identificación de la sororidad como herramienta para cambiarla.

Las normas opresivas tienen que ser absurdas, porque si obedecieran a alguna lógica más allá del poder, podrían ser discutidas. A más opresión, más absurdo: a las mujeres se les prohíbe soñar, bajo pena de exilio. Es una norma imposible de cumplir, pero cumple el efecto de mantenerlas culpables de una transgresión que no pueden evitar.

Las normas opresivas han de ser difusas para generar mayor inseguridad en las mujeres y que el opresor mantenga siempre la posibilidad de interpretarlas arbitrariamente.

Las normas opresivas necesitan buscar el silencio, la complicidad y el sentido de culpabilidad de las víctimas, haciéndolas partícipes de la crueldad.

El silencio de las víctimas no significa necesariamente complicidad activa. En el interior se cuecen el silencio, el rencor y el sufrimiento, pero también la rebeldía.

El colectivo opresor genérico no es compacto; las personas no nacen adscritas a la maldad del sistema de dominación. Existe la disidencia.

En los márgenes existen otras formas de vivir. Más allá no hay más monstruos que los que el poder ha creado o designado como tales.

Y, sobre todo, advierte que la rebeldía individual es importante, pero adquiere su fuerza cuando se ejerce colectivamente. La rebeldía no puede ser ciega ni consumirse en sí misma, sino estar atenta a reconocerla en las demás.

Kim Liggett

El viaje de la protagonista no es solo el que transita por caminos de tierras peligrosas, sino el que la lleva a abrir los ojos y descubrir la sororidad que antes no había reconocido. Y ahí es donde reside la esperanza.

“A veces siento que podríamos incendiar el mundo hasta reducirlo a cenizas, con nuestro amor, nuestra rabia y todo lo que hay en medio.” — Kim Liggett, El año de gracia

Liggett nos recuerda que existir puede ser un acto de valentía, y que la esperanza no nace de la supervivencia solitaria, sino del reconocimiento mutuo. En los márgenes, en la disidencia, en la complicidad entre mujeres, se gesta la posibilidad de otro mundo.


[i] Podéis leer una interesante entrevista con Kim Liggett en Libretter: https://sl1nk.com/jDVAU

[ii] Kim Liggett es una autora y cantante nacida en una pequeña ciudad rural del Medio Oeste norteamericano en 1954. A los dieciséis años se mudó a Nueva York para seguir su carrera musical, Además de prestar su voz a cientos de grabaciones de estudio, fue cantante de acompañamiento para algunas de las bandas de rock más importantes de los 80. Es autora de Sangre y sal, Corazón de ceniza, La última cosecha (ganadora del premio Bram Stoker), Los desgraciados y El año de gracia. Y se define como una aceptable feminista.


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