Mujer, feminismo, ciencia ficción

🧪 Raíces especulativas de la tercera ola: imaginarios sexuales y corporales en los años 80

🧠 El cuerpo intervenido

Judith Butler

La década de 1980 y principios de los 90 fue una época de profundos cambios políticos y sociales: el fin de la Guerra Fría, la transición a la democracia en muchos países, el auge del individualismo y el consumismo, la globalización, la aplicación de nuevas tecnologías rompedoras y el surgimiento de nuevos movimientos sociales. Mientras tanto, el movimiento feminista, que había perdido  cierto empuje, recibió el impulso de figuras como Audre Lorde, que aborda la interseccionalidad del racismo, el sexismo y la homofobia, Gloria Anzaldúa, quien abordó la identidad fronteriza y la opresión interseccional y Judith Butler, conocida por su trabajo sobre la performatividad de género y la teoría queer, cuya obra Gender Trouble (1990) cuestiona la idea de una identidad de género fija y natural, que prefigura los cambios que introduciría en su imaginario el movimiento feminista de la tercera ola.

La potencia revolucionaria del cuerpo feminista empieza a dialogar con nuevas coordenadas: medicalización, mercantilización del deseo, discursos queer emergentes, teorías postmodernas, interseccionalidad y el impacto creciente de la tecnología. En las décadas anteriores (segunda ola), el cuerpo femenino se entendía como espacio de resistencia y enfrentamiento contra el patriarcado: desde la sexualidad, la reproducción y la violencia, hasta el control estético. Era un espacio de lucha directa. En los años 80, con el auge de la biopolítica, la mercantilización del deseo, la medicalización y la tecnología, el impacto del VIH/SIDA, el cuerpo ya no es sólo donde se resiste, sino también sobre el que se están escribiendo discursos ajenos: estéticos, médicos, industriales, religiosos. Por ello, ya no se trata únicamente de resistencia: el cuerpo ahora se ha vuelto un lienzo intervenido por fuerzas externas.

En paralelo, el feminismo vivía una de sus fracturas más intensas: las llamadas Sex Wars, que enfrentaron a feministas radicales anti-pornografía con feministas pro-sexo, defensoras de una sexualidad libre, plural y no normativa. Este conflicto (que en EE.UU. se personalizó en torno a las figuras de Andrea Dworkin y Ellen Willis respectivamente) no solo puso en cuestión la agencia sexual, el deseo y la representación del cuerpo femenino, sino que también abrió nuevas vías para pensar el placer como forma de resistencia. La huella que dejó en los imaginarios especulativos posteriores no fue neutra: muchas obras recogieron esta sensibilidad pro-sexo, explorando cuerpos, deseos y relaciones desde una óptica emancipadora y crítica.

🔥 Deseo, desposesión y agencia

En este contexto, la ciencia ficción, como género especulativo, reflejó y cuestionó aquellas transformaciones, justo en un momento en que el movimiento feminista parecía haber perdido vigor.

Donna Haraway

En estas décadas de transición, el feminismo especulativo se vuelve más ambiguo. Se conservan las estrategias utópicas, pero aparecen distopías más crudas, cuerpos más híbridos, narrativas atravesadas por lo queer, lo poshumano y lo cibernético. Donna Haraway, en su Manifiesto Cyborg (1985), lo expresa con radical claridad: “El cyborg no cree en la salvación, en la redención ni en la historia del progreso. El cyborg es una criatura en un mundo postgénero… no sueña con una comunidad bautizada en sangre hermana, sino con un lenguaje compartido de afinidades, no de identidades.”

Este nuevo enfoque se traduce en obras literarias donde el cuerpo deseante aparece como fuerza de ruptura, pero también como figura intervenida y regulada. El deseo se vuelve herramienta narrativa —con potencia política— pero también espacio de tensión.

Las Sex Wars no solo dividieron al feminismo, sino que marcaron un giro en la forma de pensar el deseo: ¿es siempre liberador? ¿puede ser opresivo? ¿quién tiene derecho a representarlo? Aunque algunas voces lo señalaron como terreno de dominación patriarcal, otras —entre ellas las que reivindicaban el placer, la agencia y la diversidad sexual— defendieron el deseo como fuerza emancipadora. Es desde esta última sensibilidad que se puede leer la ficción especulativa de los años 80, donde el deseo aparece como potencia ambigua, sí, pero también como herramienta de resistencia, exploración y reconfiguración identitaria. Obras como Alien Sex o All My Darling Daughters resultan incomprensibles sin este trasfondo de debate feminista sobre el consentimiento, el placer y la violencia, y muchas de ellas se posicionan claramente del lado de quienes apostaron por una sexualidad libre, compleja y no domesticada.

📚 Rupturas feministas especulativas

Las siguientes obras especulativas, escogidas entre las muchas publicadas en esa época, no solo reflejan las tensiones del feminismo de la época, sino que las amplifican, las reescriben y las convierten en materia especulativa. Son ejemplos que desafían los límites tanto del género literario como el de las identidades de género. Las autoras de esta etapa comienzan a problematizar no solo el patriarcado, sino también las lógicas heredadas de identidad binarias. El feminismo deja de ser unidad para convertirse en multiplicidad: racializado, trans, queer, postcolonial. Las narrativas especulativas no siempre ofrecen utopías, sino paisajes tensos donde lo corporal, lo afectivo y lo simbólico están presentes en tiempo real.

Byte Beautiful (1985) – James Tiptree, Jr.: Es una colección de relatos que exploran de forma audaz y a veces inquietante cómo la sexualidad se entrelaza con la identidad, el poder y la tecnología. Cada relato formula interrogantes provocadores y rompe convenciones, iluminando los rincones oscuros de lo que significa amar y ser en un mundo cambiante.

Circulo de Espadas (1993) – Eleanor Arnason: Imagina un mundo donde el sexo heterosexual es sólo una obligación reproductora. “Quería, explicó Arnason, crear una sociedad en la que el amor homosexual fuera normal y el amor heterosexual fuera anormal”.

Ethan de Athos (1986) – Lois McMaster Bujold: imagina un planeta exclusivamente masculino, donde la homosexualidad es institucional y la reproducción depende, paradójicamente, de la intervención femenina mediante importación genética.

Ambas obras dialogan con una sensibilidad queer incipiente, que comienza a poner en jaque los binarismos sexo-género y las políticas de reproducción, y traen en primer plano la cuestión LGTBIQ hasta entonces ignorada en general. Tanto es así que Ursula K. Le Guin se lamentaba años después de que en su La mano izquierda de la oscuridad sólo hubiese imaginado relaciones heterosexuales.

Rowan (1986) – Anne McCaffrey: propone una heroína con poderes psíquicos cuya sexualidad está íntimamente ligada a su telepatía y su maternidad telequinética. El deseo funciona aquí como vínculo emocional y como potencia corporal, revelando cómo la ciencia ficción puede especular sobre nuevas formas de afectividad y placer

Trilogía gaeana (1979-1984) – John Varley: examina el erotismo polimorfo entre los varios temas de su trilogía gaeana: Titán (1979), Mago (1980) y Demon (1984).

Alien Sex (1990) – editada por Ellen Datlow. Es una de las antologías más audaces en la representación de lo sexual como territorio especulativo y político. Su publicación marcó un hito en la literatura de ciencia ficción, al abordar el deseo, el consentimiento y la violencia desde perspectivas que desbordaban los marcos normativos del feminismo más conservador. En diálogo con los debates de las Sex Wars, estas ficciones no buscan el consenso, sino la apertura: multiplican los cuerpos posibles, los vínculos deseables y las prácticas del goce.

La antología puede leerse como una respuesta especulativa a las tensiones entre feminismo radical y feminismo pro-sexo. En lugar de ofrecer respuestas cerradas, sus relatos exploran los límites del placer, la agencia y la representación del cuerpo, reformulando el conflicto en clave narrativa. Desde esta sensibilidad, el deseo no aparece como amenaza ni como ideal, sino como potencia ambigua: capaz de resistir, de transformar, pero también de ser instrumentalizado por estructuras de poder.

Un ejemplo especialmente perturbador es el relato incluido en esta antología All My Darling Daughters de Connie Willis, en el que se lleva al extremo la crítica a la violencia sexual institucionalizada. El relato presenta un entorno donde el abuso de criaturas genéticamente diseñadas y la cosificación del deseo masculino revelan una estructura profundamente sádica. Lejos de ser una alegoría abstracta, Willis confronta las lógicas patriarcales que naturalizan el dolor ajeno como parte del placer. El relato incomoda, sí, pero también denuncia: muestra cómo el control del placer puede convertirse en herramienta de opresión, y lo hace desde una sensibilidad que cuestiona tanto la represión como la banalización del deseo.

Ammonite (1992) – Nicola Griffith. Obra galardonada con el Lambda Literary Award, Ammonite se convirtió en un referente de la literatura queer y feminista, abriendo camino a nuevas narrativas centradas en la diversidad de género. Trata de un mundo en el que un virus alienígena mató a todos los hombres y a un gran porcentaje de mujeres, teniendo ellas que reconstruir sus sociedades sobre la base de un solo género. En el tratamiento de la identidad de género se superan las especulaciones más futuristas de nuestra sociedad.

• El cuento de la criada (1985) – Margaret Atwood. Sin embargo, es El cuento de la criada el que cristaliza el giro distópico de los años ochenta, cuya influencia llega hasta nuestros días. En Gilead, la maternidad se convierte en mandato estatal: las mujeres fértiles son reducidas a úteros vivientes, despojadas de identidad y autonomía. La novela articula una crítica feroz al control de los cuerpos femeninos, anticipando los debates sobre derechos reproductivos, gestación subrogada y biopolítica. La maternidad ya no aparece como experiencia deseada, sino como imposición violenta. La distopía no es futurista, sino especulativa: está construida con materiales del presente y del pasado autoritario.

🔁 Conexión con la tercera ola

Este giro hacia lo especulativo, lo queer y lo distópico no es solo una evolución literaria, sino una reconfiguración profunda del imaginario feminista. El conjunto de obras que se publica en estos años configura un paisaje literario en tensión, donde se ensayan futuros alternativos mientras se confronta la persistencia de estructuras opresivas. Lo sexual ya no se concibe solo como liberación, sino como campo de batalla político y narrativo. Desde utopías queer hasta distopías reproductivas, los años ochenta y noventa anticipan el estallido de una nueva sensibilidad feminista que, lejos de buscar una identidad única, abraza la pluralidad de cuerpos, deseos y voces.

En ese mismo paisaje, el impacto del VIH/SIDA marcó profundamente los imaginarios corporales y afectivos. La enfermedad visibilizó cuerpos vulnerables, estigmatizados y excluidos, y obligó a repensar el deseo no solo como potencia, sino también como fragilidad. La ciencia ficción feminista recogió ese eco, articulando narrativas donde el cuidado, la interdependencia y la ética se volvieron centrales. Esos miedos y temores encontraron una resonancia simbólica en la novela El libro del día del juicio final (1992) de Connie Willis, donde el contagio y el aislamiento se convierten en metáforas de una vulnerabilidad compartida. Es curioso que mientras la militancia feminista parecía apagarse relativamente, la ficción especulativa feminista, en los años 80 y principios de los 90, entraba en combustión interna. Como si el imaginario literario estuviera gestando en silencio una revolución simbólica, en voz baja, pero con fuerza visionaria. Podría pensarse que esa efervescencia fue el subsuelo simbólico donde germinó la tercera ola. El terreno de los 80 y 90 se parece a una zona sísmica del imaginario: movimientos subterráneos, presiones contradictorias, y finalmente… rupturas.

Pero a la postre el terreno está preparado: lo que viene ya no será una continuación, sino una disrupción. La ciencia ficción no solo anticipó la tercera ola: la incubó en sus cuerpos, la soñó en sus deseos, y la gritó en sus distopías.

La tercera ola: 8 marzo 2006 Barcelona (foto de Domingo-Aldama)

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